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Señales que no señalan: la trampa gráfica de nuestras rutas

 Por José Manuel Guyot /  Grupo Brok Argentina. Diseñador de comunicación visual. Asesor y consultor PyME. >   www.grupobrok.com Por Un ...

 Por José Manuel Guyot /  Grupo Brok Argentina.

Diseñador de comunicación visual. Asesor y consultor PyME. >  www.grupobrok.com



Por Un diseñador gráfico que aún intenta leer tipografías a 80 km/h

Si uno recorre las rutas provinciales y nacionales de Entre Ríos con ojos entrenados en diseño —o simplemente con ojos funcionales— descubre que la señalización vial parece haberse convertido en un ejercicio experimental de invisibilidad. No hablo de minimalismo nórdico, de reducción al concepto ni de tendencias gráficas. Hablo de algo mucho más peligroso y simple: no se ve. No se lee. No se entiende. No funciona. Y aun así, ahí están los radares, impecables, activos, puntuales, listos para multar.

Uno podría preguntarse, con la ingenuidad de quien quiere creer en las buenas intenciones:
¿Es casualidad? O estamos ante un caso de recaudación camuflada bajo la excusa de “educación vial”?

La ironía es inevitable, sobre todo cuando uno observa el nivel de diseño (si se le puede llamar así) de muchas señales. Tipografías diminutas, mezcladas, deformadas, sin contraste, sin jerarquías visuales. Carteles colocados tarde, mal o nunca. Pórticos inexistentes. Señales torcidas, oxidadas o directamente tapadas por ramas. Y, como frutilla del postre, zonas de radares en las que el conductor se entera después de haber sido fotografiado. Como diseñador, puedo asegurar que esto no es un problema estético: es un problema de seguridad pública.

El caso de la Ruta Provincial 26: señalización fantasma

Tomemos un ejemplo reciente y personal:
Mi tío transitó la Ruta Provincial 26, pasando por Gobernador Febre, en el distrito Montoya (departamento Nogoyá). A la altura del pueblo, un radar le tomó exceso de velocidad. Resultado: 400.000 pesos de multa.

Ahora bien:
¿Fue imprudente?
¿Un temerario del volante?
¿Alguien que desprecia las normas?
¡Nooooooo!

Lo que hubo allí fue una señalización nula, mala, inexistente. Nada indicaba que la velocidad bajaba abruptamente a 50 o 60 km/h. Y nada advertía la presencia del radar. Si uno quisiera diseñar un escenario para garantizar que los conductores caigan en la trampa, lo haría exactamente así.

El caso Rosario: cuando la señal aparece demasiado tarde

En Rosario, hace unos meses, ocurrió algo todavía más grave: un conductor, sorprendido por un cartel colocado prácticamente encima del radar, frenó de golpe, perdió el control del auto, dio trompos, volcó y quedó con el vehículo destruido. Solo por milagro salió ileso.
¿Cómo no preguntarse si el cartel está puesto para prevenir accidentes… o para provocar multas?

Otros casos que se repiten a lo largo del país

Lamentablemente, estos no son hechos aislados. Algunos ejemplos frecuentes en distintas provincias:

Tramos urbanos donde la velocidad baja a 40 km/h sin aviso previo, mientras el radar queda escondido detrás de un árbol o una garita.

Carteles provisorios colocados con tipografía manuscrita, ilegibles a más de 10 metros, como si estuvieran diseñados para un stand escolar, no para una ruta.

Zonas escolares o de ingreso a pueblos donde falta la secuencia correcta de cartelería: “reduzca velocidad – zona urbana – radar – fin de control”.

Señales tapadas por carteles publicitarios, que sí están colocados impecablemente y a la altura perfecta.

Tramos donde el cartel que marca el final de la velocidad limitada nunca aparece, dejando al conductor en eterna sospecha.

Miles de casos así se repiten día tras día. Algunos terminan en multas. Otros en sustos. Y otros, lamentablemente, en accidentes.

Los radares están bien. La señalización está mal.

Como diseñador gráfico, puedo afirmar que el radar no es el enemigo.
El problema es la señal.

Las normas nacionales de señalización existen, tienen décadas de estudio, indican claramente:

* tipografía (normalizada e incluso probada en visibilidad),

* tamaño mínimo según velocidad,

* color y contraste,

* distancias de anticipación,

* jerarquía visual,

* ubicación espacial.

Nada de esto es arbitrario: está pensado para que un conductor, viajando a 80, 100 o 120 km/h, tenga tiempo de procesar la información, reaccionar y actuar con seguridad.

Cuando los carteles aparecen 20 metros antes del radar, o cuando están escondidos, o cuando son ilegibles, estamos ante un fallo de diseño que no es menor: es un fallo que impacta directamente en la seguridad y en la economía del ciudadano.

¿Improvisación? ¿Descuido? ¿O recaudación?

La pregunta es inevitable:
¿Es falta de profesionalismo? ¿Ignorancia sobre diseño y normas? ¿O una estrategia para aumentar la recaudación?

Si es lo primero, es grave.
Si es lo segundo, es más grave.
Si es lo tercero… es alarmante.

Como sociedad deberíamos exigir —y no rogar— que la señalización vial esté a la altura de las normas, y no al nivel de un cartel improvisado antes de una feria barrial.

Respeto visual, respeto social

La señalización es un contrato social.
Es comunicación pública.
Es diseño aplicado a la seguridad.
Es la herramienta que evita accidentes y permite que los radares cumplan su rol legítimo: prevenir, no sorprender.

Las señales deben anticipar, guiar, ordenar. Deben estar espaciadas, ser visibles, legibles y comprensibles.
Deben advertir antes, durante y después de un control.

Porque respetarnos como sociedad empieza por algo tan simple —y tan crucial— como no esconder la información que garantiza la seguridad del conductor.

Y porque, al final del día, lo que todos queremos es lo mismo: llegar a casa con tranquilidad. Sin accidentes. Y sin recibir una multa que se siente menos como una sanción y más como un ardid gráfico del Estado.

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